Vivimos la trágica realidad de que nuestra América Latina y el Caribe es la región del mundo donde más personas mueren por armas de fuego. Esto sin que la región este asociada a ningún conflicto armado. Quienes son víctimas de esta violencia desproporcionada en su mayoría son civiles con capacidad de producción para el desarrollo de su nación.
El estudio global sobre homicidios de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) indica que el año pasado se produjeron a nivel mundial 468.000 homicidios. El Organismo Internacional localiza las mayores tasas de homicidios en África, con 17 muertes por cada 100.000 habitantes, y Latinoamérica, Estados Unidos y Canadá con 16, doblando la media global de 6,9 homicidios.
América Latina es la primera región del mundo en muertes por armas de fuego, ya que contabilizan el 74% de los homicidios.Esta situación se torna aún más dramática cuando nos situamos en Centro América y el Caribe donde vemos la trágica estadística de que los jóvenes entre las edades de 15 – 19 componen la mayoría de los muertos llegando a la escalofriante cifra de 70%. Estamos hablando de jóvenes matando jóvenes, años de vida perdidos que muy bien podrían ayudar al avance y desarrollo de estos países.
En Venezuela, con población que oscila los 29 millones, el año pasado unas 12,000 personas murieron en homicidios. Esto es 50 por cada 100 mil. Uno de los más altos del planeta y tristemente en el mundo lo superan solo Honduras y El Salvador. República Dominicana ha pasado de 15 por cada 100 mil en el año 2000 hasta situarse en 25 para un crecimiento de 75%. Algo devastador para un país que no sufre ningún conflicto y que muestra uno de los índices de crecimiento más alto de la región.
En el 2011, República Dominicana vio 3,767 homicidios a mano armada. De estos, 628 fueron cometidos por jóvenes, es decir el 16%. Esta cifra es superada por las victimas de entre 18 y 24 años que representan el 20%.
Existen más de 100 millones de adolescentes entre 10 y 18 años de edad en la región que son afectados de manera desproporcionada por este tipo de violencia con armas de fuego. El contexto hostil y desolador en el que conviven nuestros mejores hombres y mujeres, esta permeado por un 39% de la población viviendo en la pobreza. Esto es un factor que erosiona aún más el ambiente de violencia e inseguridad.
Es ilustrativo comparar algunas regiones del mundo para poner en perspectiva la violencia armada y sus consecuencias en los diferentes contextos. En Afganistán, por ejemplo, las fuerzas militares encabezadas por Estados Unidos libran una guerra donde al inicio, en un período de seis meses murieron cerca de 4,000 civiles. Y en Irak, la violencia costó la vida a 3.976 civiles en todo un año. Estamos hablando de guerras de alta intensidad, con ocupación y control del territorio.
En América Latina, donde no tenemos conflictos bélicos las razones de la violencia armada son multifactoriales y complejas. En el 2011, México tuvo una cifra escalofriante de 16.000 asesinatos vinculados al crimen organizado, donde el 95% fue con armas de fuego.
En toda esta espiral de violencia armada el impacto también está dirigido hacia los más vulnerables, los jóvenes y las mujeres que han sufrido las consecuencias de estos fenómenos.
Esta cara violenta hiere las oportunidades del desarrollo humano, político y económico de cualquier país. Podemos usar a Guatemala y El Salvador como parámetro. Estos son dos países donde la apertura económica comenzó a llegar relativamente temprano. Muchas son las empresas que han buscado establecerse en ellos y varios los países que han firmado tratados de libre comercio. Sin embargo, el desarrollo no ha podido llegar. La violencia armada que impera ha impedido el avance real.
Hoy día, a pesar de su acertada apertura, El Salvador y Guatemala son de los países más pobres de la región con una población que en su mayoría vive con un promedio de 3,000 dólares al año.
El Informe sobre Carga Global de la Violencia Armada nos dice que el costo económico de la violencia representa un 0.14 % del PIB mundial. El Banco Interamericano de Desarrollo ha estimado que el coste regional de la violencia armada rondó los 170.000 millones de dólares anuales durante el final de la década de los 90, lo que vendría a suponer el 12% del PIB regional.
Imaginémonos que estos cuantiosos recursos desperdiciados en atender la violencia social fueran destinados a programas productivos que impulsen la inversión y el desarrollo. Que tan lejos podría llegar El Salvador aprovechando la inversión extranjera que llega a ese país si no tuviera que usar tan gran parte de su presupuesto en temas relacionados a la violencia por ejemplo?
Este es un desafío de todos, pero como políticos tenemos que establecer legislaciones y programas para atacar de raíz estos problemas. Estableciendo penalidades claras para traficantes de armas, agravadas por actos criminales. Tenemos que regular la tenencia de armas, estableciendo criterios de posesión y uso. Y es fundamental trabajar con otros países en estos retos, ya que la inseguridad también se ha globalizado.
Las personas quieren vivir sin miedo, disfrutar de sus derechos y ejercerlos en un clima de paz y tranquilidad. Con buena legislación, políticos comprometidos, y toda la sociedad involucrada, podremos abordar la necesidad de poner un freno a la violencia armada y a la inseguridad derivada de ella.