Por: Benjamín Lagos
Director de Opinión Pública
Observatorio de la Cultura San Juan Pablo II
Una nueva página de la historia política de Chile se escribirá este domingo 19, cuando se celebren las séptimas elecciones presidenciales y octavas elecciones parlamentarias desde el retorno a la democracia en 1990. La atención girará en torno a dos elementos: la participación y el muy probable cambio de signo político.
Pese a la diversidad ideológica de los ocho candidatos presidenciales en liza -desde la derecha hasta la extrema izquierda- y a la intensa propaganda electoral, se prevé una baja participación. Según una encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP), solo un 43 por ciento de los electores afirma que “con toda seguridad” concurrirá a sufragar. La introducción del voto voluntario en 2012 no ha hecho más que consolidar una tendencia a la baja de la participación, que tocó fondo en las elecciones municipales de 2016 (35%). Ahora bien, en la primaria del pasado mes de junio, la coalición opositora Chile Vamos (centroderecha) reunió más de 1.400.000 votos, creciendo en 600 mil respecto de su interna de 2013, con lo que es una relativa excepción en este sentido.
El esperable descenso de la participación, sumada a la referida vitalidad opositora en las urnas, presagian para el Gobierno de izquierda el peor de sus escenarios: un triunfo en primera vuelta del candidato presidencial de Chile Vamos, el ex Mandatario Sebastián Piñera (2010-14), o bien su paso a balotaje con gran ventaja sobre el posible segundo lugar, el oficialista Alejandro Guillier. Por esa razón, la Presidenta Michelle Bachelet ha liderado una masiva campaña que convoca a los ciudadanos a votar, con inéditas medidas como la gratuidad del transporte público este domingo.
Las aprensiones del Gobierno son fundadas. Bachelet, a diferencia de su período anterior (2006-10), partió de un diagnóstico crítico de las instituciones políticas y la economía de mercado, legadas por el régimen militar (1973-1990). Así, acometió reformas tributarias y laborales que aumentan la intervención estatal, a las que se atribuyen un bajo crecimiento del PIB (1,8% promedio) y una desinversión histórica. El importante déficit fiscal, la expansión del subempleo y casos de corrupción han conducido a una desaprobación del Gobierno que alcanza cotas de más de 60%.
Todo indica que Piñera se impondrá frente a una izquierda fragmentada en seis candidatos. El ex Mandatario registra en sondeos un apoyo de 46% en promedio, frente al 23% de Guillier, el 10% de Beatriz Sánchez (Frente Amplio), el 6% de Marco Enríquez-Ominami (Partido Progresista), el 5% de Carolina Goic (Democracia Cristiana, DC) y menos del 1% de Alejandro Navarro (País) y Eduardo Artés (Unión Patriótica). Por último, por la derecha compite el independiente José Antonio Kast. Católico y pro vida, es preferido por un electorado conservador discrepante de un Piñera orientado a la moderación y el consenso. El probable 8% a 10% de Kast deberá ser considerado por el ex Presidente en un eventual balotaje en que, hasta ahora, ganaría a Guillier (55% contra 45%).
Junto con la presidencia, el domingo se renueva la Cámara de Diputados en su totalidad, así como 23 de los 43 asientos del Senado. El nuevo sistema proporcional, aprobado en 2015, hará más difícil la conformación de un bloque hegemónico. Aún así, se espera que Chile Vamos recupere terreno, acercándose a la mayoría absoluta (78 de 155 diputados) mientras la izquierda gobernante, dividida en dos listas, obtendría no menos de 60 ni más de 70 escaños. En el Senado, en cambio, el oficialismo conservaría la mayoría aún con las proyecciones opositoras más halagüeñas (22 contra 19, de 43), lo que conferirá a la Democracia Cristiana de centroizquierda un rol articulador.
Al término de un Gobierno socialista de inspiración refundacional, pero mal evaluado por la ciudadanía, vientos de cambio político se aproximan en Chile. De la futura correlación de fuerzas en el Congreso depende que la probable nueva administración de centroderecha revierta las reformas estatizantes, para volver a encaminar al país en la senda del crecimiento sostenido con estabilidad política, señera en América Latina.